Llamamos mosaico a cualquier obra realizada con fracciones diversas, o a los revestimientos con múltiples posibilidades decorativas. Muy utilizado por las culturas antiguas, para la decoración de sus espacios, este arte se fue desarrollando, enriqueciendo y adquiriendo el estilo y los materiales adecuados a cada época.
Actualmente podemos recordarlos más vivamente seguro por las casas viejas de los abuelos, y porque ahora los vemos nuevamente entre las tendencias y toman fuerza como opción para vestir y dar carácter a los espacios.
Su encanto se revela una vez son instalados. Es cuando esas pequeñas piezas se juntan que dejan ver su efecto decorativo, ese que, a primera vista, da la impresión de que cada fragmento fue pegado de forma artesanal, aunque no lo sea. Nos invita a evocar el pasado, a armarlo como piezas de rompecabezas, y otra que busca la libertad individual, la personalización.
Con su auge, desde hace cinco años aproximadamente, llegó colorido y vital: morado, amarillo, mezclas de negro, blanco, gris y rojo; efectos metalizados y tonos tierra para gustos más tradicionales.
También con innovación en las formas: ya no tan “cuadriculados” y sí con más círculos, rectángulos, óvalos, incluso diseños irregulares. La gama de materiales es amplia: mosaicos orgánicos, hechos en materiales como coco, totumo, madera de palma, guadua o bambú. En esta misma línea natural están los que lucen piedras naturales: de río, mármol, pizarras, travertinos y combinaciones entre ellas.
El toque divertido y lleno de color, sin duda, lo dan los mosaicos de vidrio y los vítreos, estos últimos son fabricados con polvo de vidrio reciclado y resinas, “lo que los hace un producto ecológico”.
Los mosaicos metálicos son otra alternativa en sus dos presentaciones: las piezas metálicas reales y otras que son de cerámica con una capa metalizada.
Es bueno explorar otros lugares que no sean solamente el baño, la cocina y zonas de piscina, sino aprovechar estas pequeñas piezas con sus grandes posibilidades decorativas.